Hace unos cuantos años, los padres tenían una relación más lejana con sus hijos. Se acostumbraba a que el padre era el que proveía para la casa, y jugaba con los niños, pero no era una parte tan cercana del desarrollo y crecimiento de ellos como lo son ahora. En la actualidad los padres se han ido incorporando cada vez más a la vida familiar, participando en las comidas, llevando y buscando a los niños a la escuela, cambiando pañales, y ayudando con las tareas de la escuela.
Los últimos estudios realizados sobre este tema reportan que los niños que tiene la figura de un padre desde el momento del nacimiento tienden a tener ser más seguros emocionalmente, a tener más confianza para explorar sus alrededores, y a cuando son más grandes, tienen mejor capacidad para las relaciones sociales.
Generalmente los padres juegan más con los niños que las madres. El tipo de juego uno a uno que realizan los padres suele ser muy distinto al de las madres, es más «físico», incluye más movimiento y es un poco más tosco de cierta manera. Este juego en particular favorece el desarrollo psicomotor de los niños, y además facilita el momento de complementar la lactancia materna con otros alimentos a los 6 meses de edad. También permite que el niño aprenda a manejar su comportamiento y sus emociones.
También se ha demostrado que una intervención positiva de los padres en la vida de sus hijos puede tener efectos beneficiosos en la salud. Un estudio realizado en los Estados Unidos demuestra que los niños cuyos padres participaban en actividades como vestirse, cepillarse los dientes y bañarse, los niños tenían un 33% menos de riesgo de sufrir obesidad.
En el área académica también se ha demostrado que los padres pueden tener una gran influencia. Los hijos de padres involucrados y cariñosos suelen tener beneficios que se extienden hasta la adolescencia y la adultez. Una paternidad activa trae como resultados mejores habilidades verbales, logros académicos y capacidades cognitivas. También tienen más paciencia y manejan de manera más apropiada los desafíos académicos que les puede proporcionar la escuela o universidad.
Los niños que tienen buenas relaciones con sus padres sufren menos de depresión, no suelen tener actitudes disruptivas, tienden a mentir menos y son más sociables y amigables. Para el caso de las niñas, tienen mejor autoestima; y los niños menos problemas de conducta en la escuela. El hecho de vivir con ambos padres disminuye las probabilidades de que los niños se involucren en drogas, actos delictivos y violencia.
Por todo lo anterior, podemos afirmar que la relación padre-hijos puede tener un impacto muy grande en el desarrollo físico y psicológico desde el nacimiento, hasta la adultez. Es importante que se involucren en las actividades diarias de los niños, no sólo en los juegos y a la hora de poner carácter. Su participación es importante en todo momento.