Todos conocemos a alguien a quien siempre le va mal en el amor. Pareja tras pareja, se enredan siempre con personas tóxicas que parecen cortadas por el mismo patrón y que a todas luces no les conviene, sus relaciones van fracasando una tras otra sin remedio, y parece que tiene una suerte pésima conociendo gente. Pero… ¿Realmente influye la suerte a la hora de entablar una relación que tenga posibilidades de durar, o no funciona porque elegimos mal a nuestra pareja? En este artículo te lo contamos.
La principal razón por la que elegimos mal a nuestra pareja
A pesar de que pueda existir en ocasiones determinada presión social, en teoría somos completamente libres a la hora de elegir pareja, ya que nada ni nadie nos fuerza a enamorarnos de una persona en concreto, y podríamos haber escogido en su lugar a cualquier otra. Pero, si nuestra decisión es tan libre como creemos… ¿Por qué elegimos mal a nuestra pareja?. Lo cierto es que nuestra libertad de elección a la hora de amar es bastante relativa, y que existen una serie de restricciones subconscientes respecto hacia quién nos sentimos atraídos. Estas limitaciones vienen del lugar de donde nacen todas nuestras inseguridades y problemas de la madurez: la infancia. Nuestro historial psicológico y emocional nos predispone fuertemente a enamorarnos de un determinado tipo de personas porque buscamos recrear los sentimientos de amor que conocimos en aquella época.
Así, no nos sentiremos atraídos necesariamente por aquellos que buenos con nosotros ni para nosotros, sino por aquellos cuyo afecto nos resulte familiar y cuya forma de demostrar «amor» sea a la que estamos acostumbrados. Por tanto, nos vemos obligados de forma inconsciente a apartarnos de candidatos que objetivamente serían buenos para nosotros, pero que no satisfacen las complejidades que cada uno de nosotros asocia con el amor. Podemos describir a alguien como que «no es mi tipo», » es aburrido…» cuando lo que realmente ocurre es que es poco probable que esa persona nos vaya a hacer sufrir de la manera en la que cada uno necesita sufrir para poder sentir que el amor es real.
¿Cómo afectan los patrones de la infancia en nuestras relaciones adultas?
El amor que experimentamos en la infancia rara vez está compuesto únicamente de generosidad, ternura y amabilidad. Debido a la forma en la que funcionan la sociedad, las familias y el mundo, el amor que recibimos en el pasado estuvo necesariamente entrelazado con aspectos dolorosos: el sentimiento de no ser lo suficientemente bueno, el hecho de tener un progenitor de personalidad frágil o depresiva que generase la sensación de que uno no podía ser completamente vulnerable, etc. nos predispone a que en la madurez busquemos inconscientemente a aquellos compañeros sentimentales que repitan estos patrones.
El problema suele generarse cuando ante estas personas complicadas por las que nos sentimos atraídos continuamos respondiendo como nos comportábamos cuando éramos niños ante el mismo tipo de estímulo, lo cual nos impide tener una relación sana, equilibrada y madura. Por ejemplo, si tuvimos un padre iracundo que a menudo solía hablarnos con dureza y a gritos, entendíamos que era porque habíamos hecho algo malo. De esta forma, nos volvimos tímidos, sumisos y callados.
¿Podemos cambiar el hecho de que elegimos mal a nuestra pareja?
Es muy normal aconsejarle a esas personas que tienden a relacionarse siempre con parejas «difíciles» (tóxicas) que la dejen y se busquen a alguien más sano, lo cual es una perspectiva tan atractiva como imposible para la persona implicada. No podemos redirigir mágicamente nuestras fuentes naturales de atracción, es muy difícil cambiar nuestros esquemas de atracción porque están muy arraigados. Pero en lugar de tratar de modificar radicalmente nuestros instintos, lo que podemos hacer es tratar de aprender a reaccionar ante los candidatos que nos atraen de una forma racional, madura y constructiva, y no como cuando éramos niños.
Si en la vida adulta nuestra pareja (a la que nos sentimos atraídos magnéticamente porque nos resulta familiar) se enfada y nos grita en una discusión como hacía nuestro padre iracundo, volvemos a sentirnos niños otra vez: asustados, humillados, culpables y merecedores de ese tono, reproche y críticas. O si tuvimos un progenitor frágil y vulnerable, es probable que terminemos con una pareja que también sea un poco débil y en cierta forma nos exija que nos preocupemos por ella, aunque eso nos impida mostrarnos vulnerables. Lo que debemos hacer en estos casos es hacernos fuertes e intentar responder con madurez y que no nos afecte.